Confesión de un Perogrullo

Mi nombre es Pedro, un nombre muy común en mi tierra. Y en mi familia. Así que para distinguirme empezaron a llamar Pedro Grillo. Posiblemente no me conozcáis, pero mis escritos sí: "si trae perro, átelo fuera, si no, no" o "abrimos cuando llegamos, cerramos cuando no estamos". 
Desde pequeño mi madre nunca me ha dejado estar en el campo ni en la huerta. Ponía la excusa de que una vez casi me abrí la cabeza tropezando con una manzano (o algo así) y, desde entonces, ni un pie puedo poner en las tierras. Cada vez que iba a darle un recado me gritaba "Pedro Grillo sube pa'riba que pa'bajo no puedes ir". Por hacer la gracia, todo el mundo empezó a llamarme Perogrullo, y desde que a mi madre se le escapó, ya no recuerdo el día en que se refirieran a mí por mi verdadero nombre. 
Me dedico a escribir relatos cortos porque no son largos, y me hago de oro. Intento que sean comprensibles, que mi familia y amigos puedan leerlos, pero no es tarea fácil; a veces pienso que son unos destripaterrones. Por ejemplo, el otro día le dije a mi hermana que el arrebol no le sentaba muy bien y me contestó que ella no se había tomado nada de eso. Por suerte, ser el único letrado en el pueblo tiene muchas ventajas: apenas hago trabajos manuales y todo el mundo me pide ayuda con su correspondencia, así que sé todos los secretos habidos y por haber. Temo el día en el que se den cuenta de que lo que hago no es realmente útil o difícil. Al fin y al cabo, solo hago honor a mi nombre.  

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