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Mostrando entradas de abril, 2020

El universo tiene la culpa

Tengo hambre, me pica la rodilla y el ordenador se ha quedado pillado. Otra vez.  Ha pasado una semana y media desde que me rompí el menisco y estoy que me tiro de los pelos. Para ser un huesecillo tan pequeño, se lo han pasado de maravilla poniéndome la escayola desde el muslo hasta los dedos del pie. En mayo. Con la calóh . Todo porque le fui a dar una patada al balón y el universo pensó que sería divertido jugar conmigo.  Me levanto a las once de la mañana, me pongo el pijama o chándal y con las muletas voy a trompicones hasta el salón, donde me apalanco en el sofá hasta la noche. Ir al baño es una odisea, así que procuro no beber mucho, y he desarrollado una técnica para rascarme debajo de la escayola con un matamoscas, pero si quiero alguna otra cosa, dependo enteramente de mi padre. Con suerte trabaja desde casa, pero no es cuestión de molestarle cada dos por tres. Así que en cuanto me dejo caer en el sofá, y mi pierna está en posición, me da el portátil, un libro y el desay

Últimos segundos

Eran las dos de la madrugada, estaba leyendo El visitante , de Stephen King, y se estaba muriendo de miedo. Secuestró a Bobby, un gato tan viejo que no se molestaba ni en cazar el ratón que merodeaba la casa desde hace días, pero su calor y sus ronroneos la aliviaban un poco.  Casi le da un ataque al corazón cuando la alarma de un coche aparcado en la calle empezó a sonar. Saber de dónde venía el sonido no la tranquilizó mucho más. ¿Y si alguien lo estaba robando? ¿Debería llamar a la policía? O peor aún, ¿y si era el monstruo del libro, que viene a por el sufrimiento de sus lectores como en las películas japonesas? Quería ir a asegurarse de si el cerrojo estaba echado, pero, si se levantaba, Bobby se iría molesto y no podía permitirse estar completamente sola. Había pensado irse a dormir pero estaba aterrorizada; además, las escaleras para ir a su cuarto hacían volar su imaginación.  ¿Y si estoy subiendo y aparece algo, me caigo de espaldas y me rompo el cuello? ¿O consigo subir

Pequeña oda

"Hasta mayo no te quites el sayo", dice mi madre. Tiene razón: finales de abril, día soleado, cielo azul y libre de nubes, pero aquí estoy, tapándome las piernas con la manta y pensando en él.  Hoy le volveré a ver. La alegría que siento es indescriptible. Es tan refrescante. Desde hace años nos hemos ido encontrando con menos frecuencia; ya ni recuerdo cuándo fue la última vez. Quizás cuando hice una cantidad ingente de ensaladilla rusa. Él no podía faltar.  Al principio es frío, congelado, pero unos segundos bajo el agua y puedo sentir cómo su piel se va suavizando y se vuelve carnoso con esas curvas infinitas.  No puedo esperar a tenerle en mi boca, sentir cómo explota dentro de ella, desgarrar su piel y saborear su carne.  Oh, guisante, esta noche, cuando aparezcas en mi plato, le seré infiel al puré de patatas. 

His, him, he

Describe dream home. And she spent days and days thinking about it. And only one image appears. The smell of his hair. And she started to wonder. About his dimples. His cheeks. His squicking laugh. His head on her chest. His hand covering her face. Him smelling her hair. Him touching her legs. Him covering her at night. Describe dream home. But she couldn't. As it was him. And he was ineffable.

Rosa

Las nubes se movían en el cielo con el mismo letargo que el mundo estaba obligado a tener. No se escuban coches, ni gente, ni obras. Ella sólo oía el "click, tac" de su boli multicolor. Siempre el botón azul; arriba y abajo. Llevaba un rato ensimismada mirando por la ventana, sin ver nada, sintiéndose llena de emociones vacías. Ayer lloró en la oscuridad del baño durante media hora, pero no sirvió de mucho; se fue a dormir y empezó a soñar como llevaba haciendo el resto de la semana: sin descanso.  Una luz brillante la despertó, calentado sus mejillas. Respiró profundamente y el olor a mar inundó sus pulmones. Abrió los ojos a una preciosa puesta de sol. A su lado estaba uno de sus mejores amigos, con una mirada nostálgica.  -¿Eres feliz aquí? -Preguntó ella.  -Sí. Mucho.  -¿Por qué? No hay nada.  -¿De qué sirve tener cosas que te hacen triste? Aquí, todo los días tengo estas puestas de sol... y el mar... y el rosa...  -¿Y tu ambición? -¿De qué me vale? Vol